Friday, January 27, 2017

Una exposición en el Musef muestra, con 500 objetos, la evolución de la sociedad a partir de las illas de Alasita.



La semilla, la promesa de futuro que hay que cuidar con una dedicación que más tarde será recompensada, es una imagen que ha inspirado todo tipo de creaciones: desde las pinturas rupestres a las fábulas de Esopo o a las actuales publicidades de los bancos.

Pero tal vez no haya una materialización más completa de esa esperanza depositada en una semilla que la fiesta de la Alasita, que lleva recreándola cada año desde antes del incario hasta hoy. Poco importa si las miniaturas o illas antes representaban una llama y ahora una tableta, porque la esencia que se encuentra dentro de esas semillas sigue siendo la misma: el bienestar, el progreso de uno y de sus seres queridos.

Para verlo y sentirlo basta con pasearse por el centro de La Paz el martes al mediodía, pero para comprenderlo cabalmente conviene acudir al Mueso de Etnografía y Folklore (Musef) desde este jueves hasta el 28 de abril y visitar la exposición Alasita, donde crecen las illas, que —junto al catálogo de 280 páginas que la acompaña— hace un repaso por la historia de esta fiesta popular y de las miniaturas que desde siempre le han dado la vida.

Las miniaturas cambian, pero lo que se mantiene durante los siglos es la capacidad de la Alasita de borrar las barreras que existen entre lo material y lo espiritual, y entre lo verdadero y lo imaginario. “Lo que llama la atención es que es un juego, pero un juego muy real; el dinero que se usa es pequeñito, pero no es falso, porque la identificación entre la figura y lo que representa es total, son lo mismo”, dice la curadora de la exposición, Varinia Oros. Entre los billetes que se utilizan, el euro ha tomado un buen protagonismo desde principios de este siglo, cuando creció exponencialmente la emigración a España y el resto de Europa, y las remesas llegaban en esa moneda. Un ejemplo de cómo los artesanos se empapan de lo que pasa a su alrededor y se adaptan a ello. Este año, por ejemplo, se espera que el gran éxito sean las miniaturas relacionadas con el agua que tanto escasea en La Paz.

La exposición del Musef describe la evolución de la estética y, sobre todo, temática de las illas desde los años 70 del siglo XX, cuando la institución comenzó a coleccionarlas de forma metódica. Por eso, las 500 piezas que se muestran tienen un interés sentimental para quien haya cumplido más de 40 años, pero también un importante contenido sociológico o antropológico para quien quiera contemplar la evolución de la sociedad paceña a través de lo cotidiano. Un apartado se dedica a los alimentos de la canasta básica familiar, que van de los costales de chuño y harina hasta las hamburguesas de McDonald’s y los productos de supermercado.

Los títulos académicos, además, se han globalizado y ahora ofrecen doctorados en Harvard. Se puede apreciar el momento en el que los minibuses inundaron la ciudad y así recordar la relocalización de los mineros a finales de los 80, o darse cuenta de que los edificios del centro de La Paz y El Alto han ido ganando paulatinamente en altura, o apreciar las modas en el vestir, con la chompa de Evo incluida. Y también comprender cómo entendían todos estos cambios los periodistas, que siempre han dicho en las ediciones de miniatura las verdades que no podían escribir en las reales.

Para el rey de la Alasita, el Ekeko, pasan los años al igual que para todo el mundo desde que el gobernador Sebastián Segurola lo introdujo en la fiesta tras el cerco de La Paz, en 1781. El Musef mostrará su colección de estatuillas de esta especie de dios de la abundancia, partiendo desde una de 1800 hasta las contemporáneas. Él es la prueba palpable de que las formas pueden cambiar, pero el trasfondo no, porque se basa en la fe: “la creencia, más que perderse, se va expandiendo. La gente se lo cree más de lo que aparenta. Se ríen como si fuera broma, pero en el fondo claro que se lo creen y cumplen con el ritual de principio a fin, lo mismo el obrero que el ejecutivo de corbata”, comenta Oros. Por eso, mientras otras tradiciones han ido desapareciendo, la Alasita no ha hecho sino crecer constantemente y ha tenido que ir buscando acomodo en la Plaza Mayor, La Alameda (hoy El Prado), la avenida Montes, la plaza de San Pedro y otros lugares hasta llegar al Parque Urbano Central.

Tanto movimiento de público ha supuesto, evidentemente, un crecimiento del negocio que acompaña a lo espiritual. Y, como todo negocio, lo principal es aumentar beneficio, por lo que las piezas de plástico, de fábrica, van desplazando a las de los artesanos, que cada vez son menos, como también se aprecia en la exposición. Esto además se puede entender como una evolución social reflejada en la Alasita que, hay que tenerlo claro, no es una feria de artesanía porque lo importante de la illa no está tanto en lo que ella misma es, sino en lo que representa. Por eso, tanto significado tenían las figurillas de barro que los campesinos del incario enterraban en la wak’a como ahora lo tienen una camioneta de plástico o un pasaporte con sus visas estampadas. Todo es cuestión de creer en que la semilla, siempre que se cuide convenientemente, crecerá.


No comments:

Post a Comment